Relecturas

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Mateo Marco Amorós / ‘Bardomeras y meandros’

Joaquín Marín / Fotografía

Cosa de agradecer, algunas lecturas nos retornan a libros leídos. Y ya se sabe que los libros, como otras enseñanzas, dicen más o menos, una cosa u otra, según edad o circunstancia. «El corazón de Ulises» de Javier Reverte y «El infinito en un junco» de Irene Vallejo nos despertaron la necesidad de volver a Homero; a la «Ilíada» y a la «Odisea».

A veces uno tiene la sensación de que releyendo libros, como volviendo a ver películas preferidas, pierde el tiempo. Con la música menos. Porque escuchamos una amada composición mil veces sin agotarnos. Pero con las lecturas y las películas sí cabe esa sensación negativa. Nada más lejos. Porque a las emociones que en su día nos provocaron lectura o película podemos sumar nuevas emociones y perspectivas maceradas por las experiencias que nos da la vida.

Pero no queríamos entretenernos en estas disquisiciones. Queríamos transmitir una inquietud surgida al hilo de la relectura de la «Ilíada» y la «Odisea». La liebre del desasosiego la levantó Irene Vallejo en su maravilloso ensayo advirtiéndonos de que entre la fascinación de los relatos hay un retrato, sin discusión, de una sociedad aristocrática patriarcal: la sociedad de Homero, la sociedad de los Homeros.

Sirvan dos ejemplos que Vallejo recuerda. Uno en la «Odisea» cuando Telémaco ordena a Penélope –su madre– atender las tareas que como mujer debe atender. Otro en la «Ilíada» cuando el desfavorecido Tersites es vejado por Ulises. Estos episodios, sin crítica del autor, chocan con nuestros valores. Y aquí lo que nos ocupaba y preocupaba este verano cuando releíamos estas obras en El Campello, frente al Mediterráneo, en nuestro balcón de proa pirata. Porque si hay quienes postulan por cribar ciertos cuentos, las aventuras donde Aquiles y Ulises también podrían ser, por machistas y clasistas, pasto de las llamas de nuestro mundo neoinquisitorial. Así que estoy satisfecho de haberme reembarcado en estas literaturas antes de que alguien, por salvarnos de tantos males que nos acechan leyendo, nos prive de estos relatos patriarcales y discriminatorios. Por cierto, cuando escribo esto, una bruma sobre el mar nubla la visión del horizonte.

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