Retos

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Mateo Marco Amorós / A cara descubierta

Joaquín Marín / Fotografía

En nuestra infancia dos acciones cotidianas nos angustiaron como imposibles. Una, la de distinguir qué zapatilla de las de estar por casa era la de la derecha y cuál la de la izquierda. Otra, atarnos las cordoneras. La primera la solucionamos aprendiendo primeras letras, dibujando con rotulador una «I» y una «D» mayúsculas en las suelas correspondientes. La segunda practicando y practicando. Nos parecía imposible. Practicando y practicando y llevando las cordoneras desatadas en más de una ocasión. Entonces introducía los cordones sueltos en el zapato. Para nuestra incomodidad. Pero evitábamos pisarlos, tropezar.

Si traigo estas tonterías es porque entonces nos parecieron cumbres inaccesibles. Mas las superamos. Hoy puedo distinguir perfectamente entre zapatilla izquierda y derecha; y las cordoneras me las ato con un doble lazo que aun siendo fácil de desatar dura sujeto un día entero.

Como hemos dicho, el primer reto lo superamos aprendiendo letras. El segundo esforzándonos. Practicando lazos con cuerdas. Mi abuelo tenía una especial habilidad para hacer nudos. —Atadicos —decía él. Hay mucho escrito sobre nudos marineros y poco o nada, que yo sepa, sobre nudos agricultores. Mi abuelo agricultor los tenía diferentes según el objeto: cerrar un saco, recoger una gavilla de sarmientos, sujetar las patas de una gallina o conejo… Lástima no haber aprendido de él. Bastante tuve con el desafío de las cordoneras.

Muchas mañanas me acuerdo de aquellas mañanas de mi infancia en un cuarto de baño iluminado de sol, pleno de luz fría de invierno villenero. Sentado en una banqueta que nos resultaba alta, frente al reto de los zapatos. Estirando las cordoneras, cruzándolas y… Y una y otra vez. Poco a poco. Y tantas veces la ayuda de mi madre. Cariñosa y sonriente. Y otra vez otro día será. Eran mañana frías de invierno, sí, las que recuerdo. Es posible que tardara un otoño y un invierno para valerme por mí mismo. Dos estaciones. Medio año. ¿En primavera?… ¿En verano?… En verano sandalias. Un descanso. Suerte que hay cosas que una vez que se aprenden no se olvidan. Como el montar en bicicleta. Pero hay que pedalear. Casi siempre.

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