Vaciando el aire de las caracolas…XCVII

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Noviembre

 Noviembre

Mateo Marco Amorós
 

Noviembre. Noviembre ha pasado. Noviembre… «Dichoso mes…». Dichoso mes que está empezando a atragantárseme porque viene acumulando en su memoria, en mi memoria, demasiada muerte. Ayer un padre, mi padre, y luego otros padres. Y hoy, envidia de los dioses, un hijo, Álvaro, el de mis amigos Manolo y Gloria. Dolor. Mucho dolor en la memoria y en el presente. Pena. Muchísima pena en el presente y en la memoria. —Marzo trae las hojas y noviembre las despoja —dice un refrán. Y el noviembre de hoy y los noviembres de ayer –presente y memoria, memoria y presente– nos han despojado deshojándonos, abriéndonos en carne al dolor. Dolor de noviembre. ¡Maldito mes!

Enamorados del otoño, recelamos del otoño. A principios de los ochenta escribíamos: «Ha llegado el otoño. / Éste que con fuerza, / durante los crepúsculos estivales, / obsesivamente, / se presentía. / Y con él, / un viento frío, / destructor.»

Este año terminando noviembre, bien entrado el otoño, bien servida la estación, el viento frío y destructor ha sido otra vez el viento destructor y frío de la muerte. Otra vez en noviembre. Otra vez la muerte tan cercana y que tanto nos cercena. Y hemos llorado y, llenos de tantas preguntas, hemos rezado. Porque estimamos el rezar. ¡Dios! Hemos llorado porque nos duele lo perdido. Mucho. Y hemos rezado porque… Porque queremos creer. Y aun confortados con el rezo, sosegados, hemos vuelto a sentir el helor del vacío. Porque somos humanos y nos duele el dolor. Vacío y frío. Otro refrán. Otro refrán de noviembre: «En noviembre el frío vuelve». ¡Y la muerte también vuelve! —¡Y la muerte también pasa! —se lamentaba León Felipe en «¡Qué lástima!»

Hace catorce años que vivimos en Orihuela. Como huyendo de lo perdido, imposible huida, nos asentamos en esta tierra feliz. Pronto se nos abrieron las gentes y pronto sentimos las noblezas, bondades y generosidades que son virtudes de campo. Virtudes que tanto me recuerdan a mis antepasados de campo. Así y pronto fue la amistad. Con Manolo y Gloria y con tantos otros que tanto estimamos ahora. Y con los que ahora hemos llorado. Porque la amistad nos hace solidarios en el dolor que más duele. Y, menos mal, en la amistad nos queda el horizonte en esta tierra de horizontes despejados. Horizontes que se nos abren para caminar con la sonrisa de Álvaro en el corazón y en los rumores húmedos de la huerta. Por siempre.

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