Nivel del jardín

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Mateo Marco Amorós / Bardomeras y meandros

Joaquín Marín / Fotografía

Del caos al karma, del karma a la poesía y… Escribo porque me toca. Escribo porque me toca el alma el nuevo poemario de Alejandro Lorente, «Nivel del jardín». Editado por Brúfol. Su portada simula un viejo cuaderno escolar, como aquellos que tuvimos en la infancia procurando no malgastar ni una hoja, ni doblar sus esquinas. Un cuaderno como… Sí, como… –hablan ahora versos de Lorente– como «libretas donde comenzamos a apuntar cosas / y se pierden olvidadas, luego rescatándose / (…)». Un cuaderno o… Un recetario de cocina. También.

Los poemas se distribuyen en tres apartados: «Caos», «Karma» y «Poesía». Siguiendo la paginación su lectura resulta una excursión desde el «Caos», donde los versos se apresuran salvajes por su intensidad, generando generosos poemas, para pasar al «Karma», donde hay más sosiego discursivo; y del «Karma» a la «Poesía». Como si el autor premeditadamente hubiera destilado sus inquietudes creativas en un alambique para darnos en un proceso de creación paulatina, acaso experimental, finalmente la esencia. Licor o perfume. Néctar para libación.

¿Caos, karma y poesía? ¿Acaso en las dos primeras partes no la hay?… Alejandro Lorente, poeta, es un trilero. Pero un trilero generoso que, por si nos exigieran elección, ha colocado un garbanzo poético debajo de cada uno de los tres cubiletes. Yo levantaría el primero, donde más me veo pero… Luis García Trapiello nos lo advierte en la breve presentación del poemario –precisa invitación a su lectura– señalando que se trata de «un hermoso libro (…) que te obliga a parar, a levantar la vista de la página escrita al mismo tiempo que sientes que en tu cuerpo algo se ha despertado (…)». Nos gustan los libros así. Como esos poemas que son más balance que proyectos.

Compartimos generación con Alejandro Lorente y sentimos la certidumbre de que nos queda menos tiempo por delante que el tiempo que llevamos vivido. Y esto deseando que Dios, si existe –yo creo que sí– nos guarde muchos años para escribir, leer y amar. Antes de que seamos forma ausente en nuestros zapatos. Porque –así lo poetiza Lorente– «los zapatos de un muerto tienen su forma / ausente (…)».

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