Vaciando el aire de las caracolas…LXVI

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Explanada

Explanada

Mateo Marco Amorós
 

Quien firma como «Un Oriolano» nos conduce hasta la explanada del Seminario para defender lo que considera la vista más bonita de Orihuela, respondiendo a la convocatoria que el semanario orcelitano «El Pueblo» hizo en 1927. Ha titulado su artículo «San Miguel» –véase «El Pueblo», 164 (8.06.1927)– y así comienza: «Si desde la explanada del Seminario extiende el observador su vista en dirección al Arrabal Roig, es sin duda alguna cuando goza de la vista más hermosa de Orihuela; puede desde dicha atalaya, el oriolano amante de sus glorias patrias, puede observar con religioso entusiasmo los vestigios gloriosos de una dominación de hierro, testigos mudos del heroísmo de sus antepasados.»

Continúa nombrando palacios señoriales donde vivieron «aquellos que fiados en su fe y en el temple de su espada, conquistaron para Orihuela la divisa de muy noble, fiel y leal ciudad.» Observamos frecuentemente en estas percepciones una fusión entre paisaje e historia. El elemento histórico, algún hecho concreto, proporciona atracción, incluso magia, al espacio físico. También el elemento religioso porque… La vista se deleita contemplando la Iglesia de Monserrate. Entonces, estalla toda la cohetería propia de Juegos Florales para cantar donde la Patrona que es Perla, Flor y Reina. Con mayúscula:

«Puede observar la preciosa concha que guarda la Perla más refulgente y de más valía para su corazón cristiano: el búcaro de oro que ostenta la Flor más fragante de los jardines del Altísimo: el trono más brillante donde se asienta la Reina de sus amores, el consuelo de sus penas y el objeto de sus alegrías.» Donde la Patrona y, siguiendo el camino, donde el Patrón: «(…) el camino que como reguero luminoso le conduce hasta el lugar sacrosanto donde la Víctima de expiación abrazada a su cruz le espera hora tras hora para recoger de sus labios una ofrenda de amor.»

Terminando, desde el Seminario caben más delicias: «la contemplación de la hermosa alfombra que Dios ha colocado bajo los pies de tanta gloria…», esto es, la huerta. Pero también las auroras, el cielo estrellado y… «y contemplar a la ciudad cristiana que arrullada por el suave murmullo del río que amoroso la circunda y embriagada por el aroma de millares de pebeteros, se recuesta confiada sobre el regazo que le ofrece el monte que fue cuna de su grandeza y en cuya cima ha plantado el signo de la redención, como testimonio inquebrantable de su fe.»

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