Vaciando el aire de las caracolas…LXXXV

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Ros

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Mateo Marco Amorós
 

Hay lecturas que, como las bicicletas, son para el verano. Así ha sido para nosotros con el libro de Muñoz Grau sobre Francisco Ros Alifa, «Un republicano en Orihuela del Señor», presentado en la Lonja de Orihuela el pasado quince de mayo. Presentación concurrida que corrió a cargo del poeta José Luis Zerón y del autor.

En el libro, que es novela y biografía, entre muchas cosas que nos han gustado, aparece la correspondencia que Ros, terminada la guerra, preso en el seminario de San Miguel, escribió a su mujer. Trece cartas clandestinas muy bien arropadas de buena literatura debida a Muñoz Grau. Cuando decimos aquí «literatura» no queremos decir «invención», sino correcto escribir para contextualizar lo histórico.

Lo importante del libro es el rescate del olvido de un personaje lleno de humanidad. Aquí la gran lección al descubrir que más allá de las dos Españas cupo otra que sufrió por ambos lados. Si pusiéramos la lupa sobre la historia local en esos años de guerra y posguerra, años de miserias humanas, es fácil que encontráramos en Orihuela y en otros pueblos a otros Francisco Ros Alifa, a otros don Paco que en medio de la barbarie contra barbarie pusieron humanismo y humanidad, jugándose la vida. Ros se la jugó con los «hunos» y con los «hotros». «Hunos» y «hotros» con hache por utilizar la doliente terminología unamuniana.

Hay lecturas, sí, que como las bicicletas son para el verano. Precisamente en «Las bicicletas son para el verano», obra teatral de Fernán Gómez llevada al cine por Jaime Chávarri, al final de la misma, en un descampado a las afueras de Madrid, cuando Luisito dice a su padre que ha llegado la paz, éste le retruca con una frase lapidaria: «No ha llegado la paz, Luisito, ha llegado la victoria». En ese ambiente de «victoria» se recrea el libro de Muñoz Grau. El último parte de la guerra civil –»En el día de hoy, cautivo y desarmado…»– no hablaba de paz. Sólo decía que la guerra había terminado. Y la posguerra fue una posguerra muy larga. En lo político, en lo social, en lo económico. Sobre ese paisaje azul y triste se recrea la obra, monumento merecido al médico Ros. A él y a quienes como él tenían claro que por encima de las instituciones está el hombre. El hombre, carne y hueso capaz de lo memorable y, por desgracia, de lo deplorable.

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