Y lloraremos el escombro

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A cara descubierta / Mateo Marco Amorós

Fotografía / Joaquín Marín

Terminábamos el año trayendo una voz antigua de Orihuela, la publicada en el semanario «La Crónica», que en marzo de 1887 animaba a la restauración del templo de San Agustín. Restauración, hoy, evidentemente necesaria. O más necesaria.

Ayer y hoy, en las ciudades, crecen y perecen patrimonios. Las arquitecturas y las calles son como los seres vivos: nacen, crecen, se reproducen y mueren. Acaso el ritmo es diferente. Normalmente en las edificaciones parece más lento. Pero el proceso es igual. Como las amenazas. Si a las personas nos desgastan las enfermedades –»las goteras» curiosamente dicen algunos a sus dolencias–, a los inmuebles los desgasta la desidia. Sabemos que una techumbre abandonada es letal con las lluvias y humedades afectando interiores. Sabemos que unas maderas descuidadas son pasto para la carcoma y otras plagas. Y así, como vemos consumirse a un ser en la enfermedad, vemos consumirse una casa, una iglesia, un palacio, una calle… Los agentes, deteriorándose las carnes, van descubriendo el esqueleto de cañas y yesos deslucidos. Las tejas huérfanas. Ventanas batidas por el viento. Cristales rotos. Tabiques destruidos. Verjas arrancadas. Vegetación espontánea. Jardines abandonados. Así y pronto, los voladizos amenazarán desde las alturas a las personas. Desmoronándose casquijos. ¡Dios no lo quiera! Pero lloraremos el escombro, fruto del abandono. Entonces…

Deberían prohibirse los álbumes de fotografías antiguas. Esos que, por ejemplo, nos trae con inteligencias el historiador Antonio José Mazón Albarracín. Alimentando el recuerdo y el dolor de lo perdido. Deberían prohibirse porque siendo entrañable recuerdo, echan sal sobre la herida de la memoria. ¡Cuánto duelen esas glorietas, plazas, calles y paseos transformados! ¡Cuánto las urbes más humanas que ya no son! Y esas calles y casas originales que hacían peculiar a una población. Hoy, como sucede con los centros comerciales, los barrios de una ciudad y otra son iguales. Lo mismo en Madrid que en Orihuela. Lo mismo en Orihuela que en Pinto. Lo mismo en Pinto que en Barcelona.

Lloramos al descubrir todo lo que hemos perdido y lloraremos lo que continúa perdiéndose. Y ahí está avisando la ruina. Y alguna amenazando sobre nuestras cabezas.

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